Finaliza otro año en
que las luchas de los pueblos del maíz, por caminos diversos, siguen
frenando la liberación del grano transgénico en México, su centro de
origen. Es un tema de importancia global y un soplo de aliento ante
tanto desastre que vive el país, con un estado que masacra hijas e
hijos, jóvenes, campesinos, indígenas.
En noviembre de 2014, el jurado internacional del Tribunal Permanente
de los Pueblos (TPP) llamó en su sentencia final a prohibir el maíz
transgénico en México, para contener la contaminación y la violación de
los derechos de los pueblos que crearon el maíz. Apeló a varias
instancias de Naciones Unidas, como FAO y el Convenio de Diversidad
Biológica a cumplir su obligación mundial de proteger el centro de
origen del maíz (www.tppmexico.org).
Respaldó la medida judicial que suspendió la siembra de maíz
transgénico, en respuesta a la acción colectiva presentada por 53
individuos y 20 organizaciones, y que pese al ataque concertado de
trasnacionales y gobierno, sigue en pie.
¿Pueden coexistir los
organismos genéticamente modificados (OGM) con las especies de las
cuales México es centro de origen, domesticación y diversificación
genética, como pregonan las empresas biotecnológicas y los activistas
tecnocientíficos pro ogm, incluyendo al asesor en ciencia y tecnología
desde la Presidencia de la República?
Las respuestas precautorias de los países que se enfrentan con la
misma problemática y que son centros de origen y diversificación de la
agrodiversidad refutan sus dichos. En México se ha documentado la
contaminación de los maíces y algodones nativos por ogm desde la década
pasada. La dispersión incontrolada y de contaminación se ubican
actualmente en la importación de OGM, transporte, repartición de maíces
en toda la república por los programas oficiales, campos de
experimentación y piloto y su introducción clandestina al país. Fuente
mayor de contaminación sería la siembra a cielo abierto de OGM si el
gobierno aprueba su siembra comercial.